jueves, 8 de septiembre de 2011

LA RANA Y LA CULEBRA



El hijo de la rana brincaba en el bosque cuando  vio algo nuevo en el camino. Era una persona larga  y esbelta, y su piel relucía con todos los colores  del arco iris.
    -Hola -dijo Niño-rana-. ¿Qué haces tirado en el  sendero?
    -Calentándome al sol -respondió esa otra persona, retorciéndose y desenroscándose-.  Me  llamo Niño-culebra. ¿Y tú?
    -Soy Niño-rana. ¿Quieres jugar conmigo?
    Así Niño-rana y Niño-culebra jugaron toda la mañana en el bosque. 
    El Niño-rana le enseñó a Niño-culebra a saltar y ésta le enseñó a arrastrarse por el suelo y trepar  a los árboles.
    Después cada cual se fue a su casa.
    -¡Mira lo que sé hacer, mamá! -exclamó Niño-rana, arrastrándose sobre el vientre.
    -¿Dónde aprendiste a hacer eso? -preguntó su madre.
    -Me lo enseñó Niño-culebra. Jugamos en el bosque esta mañana. Es mi nuevo amigo.
    -¿No sabes que la familia Culebra es mala? -preguntó su madre-. Tienen veneno en los dientes.  Que no te sorprenda jugando con ellos. Y que no te  vuelva a ver arrastrándote por el suelo. Eso no se  hace.
    Y desde ese día, Niño-rana y Niño-culebra nunca  volvieron a jugar juntos. Pero a menudo se sentaban a solas al sol, cada cual recordando ese único día  de amistad.      

        Cuento africano.

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